Me molesta mi capricho urinario, explico:
En el baño. Concluida la tarea de polvos en el rostro. Entro mis piernas al pantalón ajustado, esos que cubren más allá del ombligo, esos que se usan ahora. Lavo mis manos. Me pongo mi blusa tres cuartos, de seda (o imitación de seda), ancha, larga, esas de ponerse por dentro de los pantalones que se usan por encima del ombligo. Paso por cada trabilla del pantalón el cinto ancho, de hebilla ancha pero sutil, esos que caen justo arriba del ombligo y le hacen cintura a una. Lo cierro, arreglo la blusa, levanto los brazos para hacerle espacio, me pongo los zapatos altos, para verme algo decente. Tomo la cartera, las llaves, regreso por el teléfono que dejé cargando, miro de reojo las notificaciones. Me despido de mi perro, él salta, llora, le digo que no puede ir conmigo esta vez. Estoy con la llave en la cerradura. Estoy bajando los escalones. Pero no, el ritual es tan meticuloso que vale la pena repetirlo. Mi capricho urinario así lo dicta. Regreso al lugar donde todo empezó, y me saco todo lo que estaba en su lugar. Obligación fisiológica.