Yo sólo soy un ente empolvado
de cenizas, de arena fina,
de polen de árbol mecido sin viento.
Llego frente a las fuentes de las plazas,
igual que el viajero
frente a la estatua de El Libertador,
que sin sacudirse el polvo del camino le observa,
rememorando hazañas de llanos,
de otros siglos.
Yo así llego a donde corre el agua,
a donde siempre hay monedas de deseos,
meto los tobillos,
refresco la yema de los dedos;
y no hay,
nunca hay,
torrente que me arranque
este polvo cansado de los huesos.
