Los paquetes que no son para mí

Vivo en un edificio de cuatro plantas sin contar el sótano, con un total de 79 apartamentos. Esta cifra la supe hoy, cuando me detuve en el cuarto donde se deja el correo postal, donde mismo se entregan los paquetes que esperan a veces por días a ser recogidos por sus dueños. 

Tengo una extraña manía, cada vez que paso por este cuarto reviso los nombres que se encuentran en las cajas, aún cuando sé que ningún paquete es para mí. Pareciera que espero, sin razón ni lógica, una entrega misteriosa, desde un lugar misterioso, con un remitente misterioso, y una nota misteriosa adentro que diga: “estoy aquí en el Kilimanjaro, te he enviado este souvenir, porque he pensado en ti, porque no hay nada por alto o vasto que se sienta más hogar que tú”. Entonces no necesitaré la suspicacia de Enola Holmes para saber el nombre. 

Pero si somos completamente honestos, reviso los nombres en los paquetes porque no confío en mi memoria, pierdo la cuenta de lo que pedí y ya llegó; y porque también me habita la ingenua idea de recibir al azar algo así como unas ramitas de eucalipto, o jabones artesanales en forma de flor con etiquetas que aluden a la conciencia ambiental.