Mi madre aprendió cosas de su madre, hubo otras que su madre, mi abuela, nunca aprendió y no supo enseñárselas.
Mi madre rasgó las cortinas de su casa e intentó arañar el sol, esto lo aprendió por sí misma.
Tiene un nombre hermoso mi madre, aunque a ella no le guste, y quiso nombrarme con un nombre que ella creyó hermoso y le gustaba. A mí nunca me pareció mi nombre hermoso, hasta ahora, que estoy lejos de mi madre.
Mi madre también me enseñó cosas que aprendió de su madre y cosas que se tuvo que enseñar ella misma. Hay cosas que mi madre no aprendió y no me las supo enseñar.
Yo no rasgué las cortinas de mi casa, mis ventanas siempre estuvieron abiertas; tanto sol entrando por ellas que era la piel lo que se tenía que arañar para despegárselo de encima. Tampoco diré que volé, más mérito encuentro en tener pies y caminar, y saltar, y hundirse a veces y seguir caminando, y que tus huellas hagan sendero para otros.
Mi madre me enseñó a caminar, pero yo estoy aprendiendo a hacer senderos. Aún hay algo, mucho, que quisiera aprender para enseñar cuando sea madre, para equipar mejor a los que vienen detrás de mí, posicionarlos cien pies delante de donde yo termine.
Si entre todo hay algo que no quiero olvidar es saber enseñar y saber dejar que se enseñen.
Como dijo el poeta, héroe y apóstol de la independencia “no se sabe bien sino lo que se descubre “. Quizás esto lo aprendió de su madre.
