Primavera en West Philly

Hoy me di cuenta de la conspiración de los árboles, el convenio minucioso que han orquestado. Cuando uno en la esquina florece el otro calla, no se luce. Son cortesanos desfilando uno a uno delante de su rey, mostrando sus mejores atuendos, demostrando que son dignos, mientras los otros observan, silenciosos, en el anonimato.

El árbol blanco de la esquina, blanco como novia de boda, ya no es blanco hoy, está allí, apagado. Ahora es el turno de las flores rosadas. Saben cómo ingeniárselas para mantenerme quijada en pecho, pupila abierta, cámara en mano.

También me di cuenta de que las aceras de este rincón de la ciudad no se hicieron para estar limpias. Si no son bolsas flotando, es sal, hielo, hojas, pétalos. Pero limpias no están, y me gustan así, sucias.

Me percaté además que mi cerebro es voluntarioso – como mi perro que hala fuerte de la cuerda para orinar donde quiere, sea una flor o un poste – prejuiciado, jamás con la balanza equilibrada. O escribe poesía o estudia ciencia, nunca ambas al mismo tiempo ni día. Necesito sacarme la mitad que no me deja “funcionar”. Creo que es culpa de esa chica avasallada de la que estoy leyendo.

(Mientras paseaba a Yoko, leía El Valle de los Avasallados, postergaba un reporte de laboratorio)

Foto tomada por mí