Quiero leer otro libro como Sangre en el ojo. La paulatina ceguera de una mujer amada por un hombre que ella ama. Podía ver las venas estallándole desde adentro, y todo rojo en la pupila, podía ver la sangre espesa envolviendo su visión. Pienso en cómo desde el otro lado de mi retina miro y busco, pero encuentro paredes, gente que camina, mascarillas sobre máscaras y un perro que salta feliz cuando llego a casa. No veo sangre, mis ojos son una plaza en pleno mediodía.
En el libro Lina menciona la leche fría con cereal que toman en el desayuno los americanos, me recuerda el restaurante en el que trabajé recién llegada a este país, 8 de la noche, mujer joven con dos niños entra y se sienta, un pedido de leche para el menor. Do you want me to warm it up? – pregunté. Bicho raro, esta waitress es un bicho raro. Fría, por supuesto, contestó. ¡Cuánto odié el trabajo de servir mesas, de sonrisas forzadas y explicaciones detalladas de ingredientes! Nunca tomé la leche fría, y con el vaso sudando los 4 Celsius del líquido blancuzco de adentro me percaté que sería un largo viaje el mío en este país.
Lina en su ceguera lee con una grabadora y audífonos, tiene una carrera postergada, un amante inteligente que le daría sus ojos, tiene una madre del otro lado del hemisferio que de tanta preocupación la aturde usando ondas de sonido únicas, convertidas en impulsos eléctricos que le llegan como voz por el celular. Lina tiene un Santiago por la tierra de Chile que la succiona quizás tanto como el Santiago de mi Cuba.
Lina cuenta su historia desde ella, dueña y señora de su desdicha, es la protagonista, pero no es héroe. Héroe a mis ojos será siempre Ignacio, cuyo “amor elástico y voluble se estiraba sin romperse y lo regresaba a su lado”. Ignacio que se enoja, que le levanta la cabeza, que da clases en la facultad, que hace el amor como una bestia hambrienta, que petrificado espera afuera del salón de operaciones. Yo imagino a Ignacio con su acento grueso, y a Lina como a esa chica chilena rubia que escribe poesía exquisita en las redes sociales, pero pocos lo aprecian.
Sangre en el ojo es un libro que me hizo escuchar la sangre debajo de mi piel sin esfuerzo y recordar que esto ya fue vivido, que lo que se siente ya fue sentido, que es maravilloso el orgullo que cargo por mi español y hablarlo sin pudor delante de los gringos bien alto, hablar alto en español mientras converso por teléfono porque es algo muy mío que nadie me va a quitar, como no me pueden quitar el café negro por más que me persiga la sirena verde de dos colas a cualquier esquina que vaya.
