Giselle ^October = X + Y

Tuve dos citas este fin de semana, después de más de un año sin ver a alguien, sin lanzarme cara a cara a una conversación con fines de lucro y carne. Una parte de mí me daba palmaditas en la espalda por romper el glaciar en el que yo misma me he escondido, mientras otra parte me juzgaba por tener dos hombres hermosos haciendo preguntas similares con menos de 24 horas de diferencia. 

“X” es francés, y las fotos no le hacen nada de justicia. “X” es hermoso y soñador, y me llevó a un restaurante con un espectáculo de jazz en vivo. “X” reservó la mejor mesa y me quiere cocinar crêpes. “X” cuando habla saca las erres de la garganta y su inglés es tan francés que me recuerda todas las libretas llenas de notas de la nocturna escuela de idiomas, a Edith Piaff, y al viaje de graduación que la pandemia echó por tierra. Tuve un buen tiempo con “X”, pero contarle la noche a mi roommate terminó con la frase: “we did not really click”. 

“Y” es todo lo que siempre evado. Es altísimo como una columna, sigue todos los deportes y pareciera esculpido por Michelangelo. “Y” habla mucho, hace muchas preguntas, calla cuando hablo, me mira intrigado, pregunta más. “Y” me invitó a un café y terminamos caminando la escalinata del museo de arte. “Y” se movía de lugar para que el viento frío de octubre no me enfriara más, y puso su brazo sobre mis hombros cuando me vio temblar. “Y” se fue en su bicicleta, nos despedimos con un beso incómodo mientras me dirigía a mi Uber. Tuve un buen tiempo con “Y”, aunque no recuerdo bien su cara, quizás por eso la descripción de la cita a mi roommate terminó con “me encanta”. Siempre que me gusta alguien de verdad se me nubla el recuerdo de su rostro. Sé que me gusta como luce, pero no recuerdo los detalles. Es como si su voz fuera una neblina cuando intento recapitular cómo le vi.