Con el tiempo a una se le transforma el acento en una cosa llana, una cosa apátrida. Con el tiempo una no sabe lo que sucede en verdad del otro lado del mar, y todo llega como historias absurdas de un mundo fantasioso. A una se le olvida la palabra mosquitero, hasta que hay otra epidemia de dengue y tu madre tiene que comprar tul, o gasa, para coserse uno ella misma y poder dormir en paz. Con los años una empieza a pensar de la nada en encefalogramas, y en sentarse o asumir la postura horizontal enfrente de un idiota que no te resuelve la vida, pero te deja pensando que sí, cuando en verdad te la resuelves tú mismo una vez que comienzas a declarar tus problemas y respondes a tus propias preguntas. Entonces, por cuestiones azarosas, aparece gente en tu vida que te hablan de la proteína vegetal y te remontan a los tiempos de uniformes azules, tiempo donde toda la realidad del mundo se resumía en la peca de tu nariz. La gente esa no te critica, su ejercicio es criticar otras cosas criticables, y mapear todas las protestas de un pueblo que se está desperezando. La gente esa te realiza un exorcismo sin tú darte cuenta, cuando suena desde YouTube “Escuadrón Patriota” y te comparte un artículo sobre cinco denuncias de abusos sexuales contra un tal Fernando Bécquer.
Cuando una se duerme en el centro de una cama camera, para no caerse, una piensa en el largo trayecto que ha transitado, y busca en el GPS las millas de distancia y cuenta con los dedos los meses porque contar con los dedos es siempre más seguro, a pesar de todos los cursos de Cálculo vencidos. Una a veces se sacude y se dice “¡pero que comemierda te estás volviendo!” y a una después se le olvida que se está volviendo comemierda y la sigue digiriendo en el desayuno, el almuerzo y la comida, la pone dentro del microondas en un contenedor de cristal, por lo del cáncer, y le llama mierda vegetariana, por lo de la salud y el fitness. Y la mierda se hace tan cotidiana como lo era el arroz blanco.
Con el tiempo una simplemente envejece, lejos, aislada, indiferente. Y una quiere tener un impacto global, porque una es milenial, y eso es lo que quieren todos los mileniales, pero una no tiene impacto ni siquiera en su barrio. Entonces una llora, y al siguiente día siente que puede morder el mundo, porque el mundo cabe en un bocado.
