Salvarnos hasta matarnos

Aún me persigue la idea de poder encontrarlo. No es que lo busque, sino encontrarlo como se encuentra uno una moneda en la calle, fortuitamente. Quizás sólo quiso escapar de un matrimonio que no le hacía feliz, escapar de los rumores de la gente. La quiso, pero no más que a su primera esposa, y su muerte quizás fue la salida de esta mujer que le prometió algo que nunca dio, un hijo; una mujer diez años mayor que él, con tres hijas criadas. Él nunca la quiso como quiso a su primera esposa, todo el mundo lo sabía. 

Pero aún pienso que un día veré por la calle su cabeza, por encima de las cabezas de los otros. Era alto y de cabello castaño, casi negro. Recuerdo esos cabellos entre mis dedos, su cabeza recostada en mis muslos durante el largo viaje al campamento de verano que los jóvenes de nuestra iglesia esperaban todo el año. Su cabeza iba en mis piernas, y yo quería creer que él me quería, pero no, él solo quiso de verdad a su primera esposa.

Era bueno, y quería intentarlo otra vez, y yo estaba allí, observando su bondad, sus ojos negros, sus dedos largos con los que tocaba la guitarra, y su nariz empinada. Era inteligente, tan inteligente que me aterraba, reía hermoso, hacía chistes y hablaba de cosas que sólo supe unos años después, porque iban más allá de mí para el momento. Tenía siete años más que yo, y quería creer que podía quererme. 

Él nunca me mintió, siempre dejó claro lo que él necesitaba. Yo no podía ofrecer lo que él necesitaba, y me miraba como queriendo encontrarlo, y yo hubiera querido dárselo, pero a veces no quería. Son años que me llegan borrosos, vivía rápido, y era el centro de atenciones de algunos hombres jóvenes, y pensaba que la vida iba lenta y que nunca llegaría aquí, ahora.

Aún pienso que vive, o será quizás que si pienso que vive de alguna manera lo estoy salvando del trágico final que narran los que estaban cerca. Nadie vio el ataúd, nadie miró adentro de la caja negra. Su cuerpo fue un misterio. Un hombre joven muere de repente y nadie mira el ataúd. Mi madre me cuenta que la esposa no lloró ni una lágrima en su funeral, y la hermana y la tía estaban desconsoladas. Mi madre me cuenta porque yo estaba ya lejos, en otro país. Mi madre me contó y lloré pensando que él me pudo querer y que yo pude quererlo a él, y que si lo hubiera querido lo hubiera podido salvar. A veces sueño con él, sin camisa. Lo vi una vez sin camisa, era delgado, y lo hubiera podido querer. 

Leo ahora a Joan Didion y su “Año del pensamiento mágico”. La señora Dunne piensa” “If I did not believe he was dead all along I would have thought I should have been able to save him” (Si no creyera que estaba muerto todo este tiempo pensaría que hubiera sido capaz de salvarlo). Entiendo esto, vivo esto, y la vida continúa sucediendo y como un aire de invierno frío sus cabellos me golpean en los muslos, y vuelven mis dedos a desenredar su pelo, lacio, castaño, casi negro. Y pienso que nos hubiéramos querido y que nos hubiéramos salvado, el uno al otro, hasta matarnos.

Foto de Mike Chai encontrada en Pexels