No sé cómo leen un libro de poesía de a una. No sé de qué manera consumen todos los poemas de un bocado, les entra por los ojos la voz del poeta como un bolo alimenticio y, atragantados, continúan su rumbo para escuchar lo que otro verso tiene que decir.
Yo leo a un poeta como un ciervo sediento del tiempo, sofocado de los días voraces y la carrera de huida. Yo soy el animal que va a la página con sed, y regresa después del trote por los bosques a tenderse sobre la misma piedra con limo donde rebotan las aguas. Yo soy la criatura que habita la ribera, y corre y come pasto y busca lugares verdes durante invierno, pero que vuelve siempre a la roca del río que una vez le escuchó jadear. Yo voy tomando la forma, la manifestación de la mente del autor, requiriendo que su tono, su acento, su silente lenguaje de palabras escritas me penetre. Penetro yo así la intención de su idioma, la enmascarada realidad que trasciende la superficie. No puede este proceso ser un masticar, ingerir y defecar. No puede esta compenetración ser apresurada y tirada sobre el sillón de la caducidad instantánea.
Yo soy el animal que va a la página con sed
No hay poema impenetrable, es mi mente, sin filo quizás, la que no me deja sajar la corteza. Es mi experiencia, mi entorno, mi transitar por el mundo que me han discapacitado para andar sobre el camino que me presenta un poema obscuro, abrir la puerta que me invita y conduce desde la antesala al gran salón de banquete.
No todo lo obscuro es carente de luz. Un poema es siempre luz en sí. Un poema es lumbrera para aquellos que la neblina del momento, la humarada del incendio alrededor, les obstruye la visión, pero conocen las señas del camino. Para los ciegos, para los sordos, para los mancos, un poema es insondable. Y quizás sea el lenguaje, o que exista la palabra hermosa con un velo de identidad. Porque no la comprendamos cabalmente no significa que no lo hagamos acertadamente. La aserción está igualmente en el lector como en el escritor. Pero para mí cada nueva lectura del mismo verso abre una persiana más, corre otra cortina, hasta que la luz que siempre estuvo ilumina la sala de baile y puedo ver con mis ojos más amplios que mi cara el jardín extenso, vivificador y audible alrededor del edificio verbal.
Porque no la comprendamos cabalmente no significa que no lo hagamos acertadamente
Deja una respuesta