En Cuba dicen muchas cosas

Cuenta Peri Rossi en “Fantasías eróticas” que detrás del estadio del Barcelona, en la Ciudad Condal, se juntaban los travestis en espera de sus clientes: empresarios decentes y banqueros, hombres de familia. Cuento yo ahora que detrás del asilo de ancianos de mi ciudad, se juntaban también los travestis a esperar a sus clientes. Todo sucedía debajo del manto oscuro de la noche. Hombres fuertes y respetables, al igual que hombres pequeños y feos, tomaban el camino que conducía al callejón, en espera de una oferta de cuerpo.

Enfrente del asilo, o debería llamarlo hogar de ancianos, para que no se confunda con una institución psiquiátrica, estaba un parque estratégicamente posicionado. Parque Finlay, nombre en honor al ilustre científico del que se jactan en la isla por ser el descubridor en 1886 del mosquito Aedes aegypti como agente transmisor de la fiebre amarilla. En frente del parque estaba una terminal de trenes y autobuses, más allá de la terminal un edificio albergando oficinas de la empresa ferroviaria, del otro lado de la calle una parada de ómnibus local, en la esquina, una “piquera” de coches tirados por caballos. Sí, escuchó bien, no piense en carrozas románticas de las que transportan a marqueses en las películas de época. Tampoco los piense como una opción de la Oficina del Historiador de la Ciudad para mantener vivo el patrimonio colonial. Las razones, imagínelas usted. Una plancha de metal o madera con cuatro ruedas y una tabla en frente de otra como asiento, para transportar personas, niños y ancianos incluidos. Hechos datados en el siglo XXI. Desde la calle con olor a excrementos de caballo hasta el hogar de ancianos la atmósfera era cómplice y propicia para los que no se atrevían a ser ellos mismos durante el día. Uno que otro foco de luz en la calle aliviaba el temor de los transeúntes. Temor no fundado en los travestis, que en definitiva salían no a otra cosa que a trabajar, sino a los posibles asaltantes y los “pajosos” que se escondían detrás de la terminal del ferrocarril.

¡Y en Cuba dicen que no existe la prostitución! Pero eso no debe asombrar, en Cuba dicen muchas cosas, como en tantas partes del mundo, quizás. Hay una generación nacida en el nuevo milenio que ya no les cree las consignas. 

Me pregunto si en estos días los travestis han tomado la calle. Ahora todo el país es propicio para sus empresas de venta y compra de succiones y penetraciones. No por libertades humanas o de elección libre a la identidad y orientación sexual, ni por la práctica indiscriminada y sin consecuencias de la prostitución. No, aunque digan que en Cuba no se violan los derechos humanos, otra cosa que dicen. No, no es ninguna de estas las razones. Cuba es ahora, por las noches, más noche que de costumbre. La leche de los bebés se descompone por las bacterias más rápido, las abuelas no llevan ropa interior por no mojarla con el sudor que corre por sus espaldas y nuevos himnos protesta se entonan en las universidades a paso de conga y sin tumbadora. 

Cuenta mi hermano en sus mensajes de WhatsApp, que hoy había policías en la calle, que estaban enfrente de la puerta de su casa, y que no sabía si era por él. Con la situación tensa que vive el país un comentario de disgusto o descontento en redes sociales es suficiente para que te hagan guardia en la puerta. Pero en Cuba dicen que hay libertad de expresión y que desde la época sangrienta de la dictadura de Batista el pueblo no ha conocido represión. 

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